ésta vez no ha sido producto de la cefalea, ni del insomnio,
si no de una bella mirada dulce y hechizante,
estoy sobre el abrazador sofá de la sala, he abierto un poco
las cortinas de la ventana por donde se asoma un pedacito de cielo,
mismo que hoy figura adornado de millares de estrellas y de fondo la
negrura en todo su esplendor. Extraviada en esa majestuosidad
me pregunto si tú en ese otro punto cardinal del hemisferio
piensas en mí, como yo en ti, si acaso también existe algo
en mi imagen bizantina que sea capaz de robarte el sueño;
son cuarto para las tres de la mañana y continuo prensada
al misticismo del cielo y a lo sublime de tus palabras,
de ese escorpión que me envenena los sentidos al punto de desvariar,
de tu voz que arrebata la cordura, suave, sensual, melodiosa,
de tu espíritu libre, de tu manera abierta de ver la vida,
de esa sonrisa bordeada de candados que embrujan,
de esa mente tuya imparable, indomable, que jamás frena;
son las tres de la mañana y mi mente posa enmarañada a
éste montón de letras, quise escribirte poesía, grabar sobre
tu piel porteña, o componer música en la línea que conforma tu boca,
bella oda en tus cabellos o en la calidez de tu pecho, en tus caderas,
en tus brazos; son las tres y cuarto de la mañana y me voy a la cama
con la ausencia de ti, pero con un ánimo jovial de saberte existente,
abrazada a la idea de que algún día nuestros caminos han de congregar
y entonces habré de saber que valió la espera, valieron las noches en vela,
y los años transcurridos sin ti, y las letras que jamás pararon en nostalgias,
fervientes letras esperanzadas por unirse a tus poéticas literaturas.
Luna.
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