Aún conservo ciertos hábitos religiosos
como el de llevar mi mano hacia ese lado vacío de la cama,
o el de mirar hacia la puerta pensando que en cualquier
momento entrarás con esa sonrisa pervertida que me
sugería ignorar la hora y quedarme un poco más;
o terminar tirando la mitad del café por que nuevamente
lo he puesto para dos,
sigo sonrojándome al abrochar mi sostén pensando en
tu mirada dulce que me recorría de pies a cabeza,
y en el sofá me siento a la izquierda porque a la derecha
te sentabas tú,
salgo por las noches a caminar un poco y lo primero que hago
es voltear la mirada a la luna recordando eso que me decías
de que, aunque estuvieses lejos de mí, ella siempre uniría
nuestras miradas y el suspiro que soltásemos se iría al firmamento
para fundirse y crear una estrella más que lo adornase;
aún compro peras, de esas tiernas que tanto te gustaban;
escucho a diario tu “lista de reproducción” al encender el auto,
y al dormir a cada noche guardo un minuto de silencio y
pongo mi mente en blanco, después repito a mis adentros,
“estoy tranquila porque ha de llegar el momento de irme de
este pleno existencial y unirme de nuevo a ti, fundirme en tu
alma y ser de nuevo uno sólo, mi corazón te guarda y
mi espíritu entiende que ese día vendrá, porque lo único
seguro en esta vida es la muerte y ella dulcemente me ha de llevar a ti”
Luna.