Otro día más, otro día menos,
con sus horas, minutos y demás
manecillas del reloj deambulan a paso lento,
más serenos que mi pulso casi muerto,
con una pasividad que me sofoca,
que me revienta e irrita;
mis ojos casi no pestañean,
aunque por las noches no bebo más café,
le pedí una tregua al insomnio,
pero el muy grosero se ha dado la vuelta,
y aquí estoy de nuevo con la mente cansada,
y el cabrón insomnio fiel a su labor de verdugo,
poseyendo mi cuerpo y ambientando a sus anchas
una noche más.
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