Y después de tantas lunas y tantos soles descubrí que era tanta mi preocupación por encontrarme... que me perdí en el camino...

Y tu.. ¿Ya me has encontrado?



lunes, 25 de abril de 2016

A lo largo de la vida se tiene la fortuna de conocer a gente que te prepara para todo lo mágico que te espera a lo largo del caminar, gente llena de luz y amor o de oscuridad y rencor, pero gente que a final de cuentas termina por obsequiarte las herramientas necesarias para el crecimiento que te ha de catapultar triunfante al final del camino.

En mi caso, hubo personas que me enseñaron a poder comunicarme por medio de la voz, a caminar, a relacionarme con los demás, gente que me enseño a confiar y algunas otras a desconfiar; a discernir entre la luz y la oscuridad, sabiendo que siempre habrá males necesarios, así que aprendí que el dolor también es preciso. Jamás he pensado que la vida me ha dado suficiente, ni que yo me he desprendido para ella de lo necesario, hay más de mí para ella y de ella para mí, lo sé con seguridad porque siempre viene algo que me deja asombrada. Para el final de éste hermoso caminar, la vida me ha mostrado a través de un hombre lo glorioso de las bondades del amor, de un amor que se da sin reserva, sin espera de algo de vuelta, de un amor que otorga confianza y libertad, que te hace entender a través de la rigidez pero que, curiosamente genera a la vez cierto grado de seguridad.

El día que le conocí, lo viví, lo disfruté y me colmé de él, fue un domingo que nos sorprendió después de una bella vigilia en que nos concedimos abrir nuestros corazones, esa bendita noche donde fuimos dos locos errantes que sin saber absolutamente nada el uno del otro nos confiamos el alma; desde entonces llevo conmigo su voz serena y firme, la mágica sonrisa que me estremece como nada; los besos que he sentido casi, casi, que me tocan, esos mismos que quedaron en el aire o en algún hilo de la inmensa red; las decenas de ocasiones en que durante la fría noche me he abrazado a mí misma pensando que es él quien me arrulla en la calidez de su infinito pecho; llevo los instantes que no han llegado y que quizás jamás llegarán pero que dentro de mi ser ya les he vivido, como la impresión de él al mirarme por primera vez mientras yo tímidamente le he sonreído, las comidas en aquella fondita de la que tanto me ha hablado y las carcajadas que brotan sin titubeos asustando a uno que otro comensal, ese abrazo proclamado de mis diminutas y delgadas manos apretujando esa barriga en la que me he imaginado recostar; los atardeceres que llegan a vestir de gala el cielo y que hemos observado impresionados desde el balcón de su apartamento, las carreras maratónicas a 50 kilómetros por hora en ese bellísimo rayo y sus caricias, sus palabras, sus locuras y ocurrencias, su bondad y paciencia. Me llevo para el camino una centena de besos y su abrazo “cura todo”, así como las interminables aventuras, desvelos y aprietos en los que nos metimos al ir al encuentro tangible de nuestros sueños. 

Le he pedido a Dios por ese hombre para que siga manteniéndole con esa entereza que obsequia a quienes hemos tenido la fortuna de conocerle, es un gigantesco pilar que nos hace fuertes, aun cuando sé que en el fondo no es más que un niño (como yo) cargado de miedos, pero que aniquila con la Fe de que “siempre viene algo mejor”... eso mejor que ahora mismo se está manifestando en su ser y el mío. 

Para ti hombre que lees estas escuetas líneas pero que para mí son un pequeño reconocimiento a la hermosa luz que eres, te manifiesto que si algún día sientes frío, cierres tus ojos un par de minutos, prometo que estarán de nuevo mis diminutas manos brindándote todo el amor y calidez que brotan desde mi ser… 

Siempre de ti.

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