Un fin de semana largo,
48 horas que mutaron a décadas,
podría enlistar mi sentir
hablar del dolor que me retuerce el alma,
las vísceras y emociones,
pero nada estaría ligeramente cercano
a lo que en realidad me habita y ahoga.
Dos cajas de cartón que comienzan a ocuparse
de tus fotografías y pertenencias,
no he podido contener las lágrimas
pese a que sé que no te gustaba mirarme así,
cada cosa que va a parar a ese par de cajas
es una parte de mi cuerpo que se me va desprendiendo,
la casa comienza a verse tan vacía,
pero no como lo ésta mi alma y mi vida sin ti.
Me siento tan pequeña en un mundo tan titánico,
donde me sobran los suspiros y los besos se dispersan al olvido,
las ideas han dejado de tener sentido, se disparan y me atan,
me condenan, me sumergen en un escenario que por más
colores y sabores le percibo tan sobrio e insípido.
Me devasté sobre el sofá, ese que tantas tardes nos acogió,
acariciando tus cabellos ondulados que hacían contraste
con el perfume desprendido de tu cuerpo
y que continúa prensado a mi olfato,
he cerrado mis ojos suplicando que al abrirlos
sea otra mi realidad, pero sé que es en vano,
que por flagelantes que sean las lunas cargadas de café
tengo que intentar aprender a vivir sin ti.
Y es que esto es tan confuso porque ya no estás, pero sigues en mí.
Luna
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